Estoy
segura, que como yo, muchos de nosotros vemos los abanicos como instrumentos
para facilitar la refrigeración durante los calurosos meses de verano;
instrumento reservado a mujeres y, sobre todo, adultas y mayores. Me imagino
que, pocos de nosotros, no nos hemos planteado nunca que estos instrumentos
puedan servir para comunicar un mensaje.
Este
instrumento era ya utilizado por los egipcios, tanto para hacer aire como para
espantar insectos. Esta costumbre la adoptaron los griegos y romanos. En China,
los abanicos tienen también una historia milenaria y mucha importancia en
hombres y mujeres.
En el
siglo VII un japonés inventa el abanico plegable que todos conocemos, pero no
llegará a Occidente hasta el siglo XV gracias a los intercambios comerciales.
Será en el siglo XVII cuando se extiende su uso en nuestro país. En este
momento, el abanico era utilizado por mujeres y hombres sin distinción.
La verdadera época de esplendor aconteció
durante los reinados de Luis XIV y Luis XV. Para cualquier gran señora de
aquellos tiempos, el abanico era el complemento indispensable a su vestuario.
En su fabricación se utilizaban materiales de lujo, desde piedras preciosas, oro
y metales preciosos, hasta telas italianas (consideradas las más lujosas del
mundo). Se pintaban acuarelas realizadas por los pintores más importantes del
momento y sus varillas se fabricaban con oro, plata, nácar, carey, marfil...
En Europa se fabricaban abanicos para todo tipo
de usos imaginables. Los había para los lutos, pintados en blanco, negro y
gris; de satén para las bodas. También se encontraban los impregnados en
perfume que al abanicarse desprendían su fragancia. Llegaron también a
fabricarse con pequeñas ventanitas o espejitos incrustados que permitían
observar sin ser observados. Por supuesto en Venecia ya se usaban los abanicos
careta para asistir a los bailes de máscaras y carnavales.
Los abanicos desempeñaban un papel
muy importante: "el lenguaje del abanico", que ya en los tiempos de
los Tudor se desarrolló en Inglaterra y se hizo especialmente popular entre las
mujeres victorianas de clase media-alta.
Como ya hemos avanzando, el abanico
tenía su propio lenguaje. Con ellos se hacían confidencias y también era
posible utilizarlos para dar ánimos a un pretendiente tímido.
Una frase del escritor inglés del
siglo XVI, Joseph Addison, ha llamado mucho la atención porque refleja la
importancia de estos instrumentos en un momento determinado: «Los hombres tienen las espadas, las
mujeres el abanico, y el abanico es, probablemente, un arma igual de eficaz».
El abanico constituye un instrumento de comunicación ideal en un
momento en el que la libertad de expresión de las mujeres estaba totalmente
restringida. Cuando las damas iban a los bailes eran acompañadas por su madre o
por una señorita de compañía, con el fin de que estas velasen por su
comportamiento. Las señoritas de compañía eran muy celosas en el desempeño de
la labor que se les encomendaba, por lo que las jóvenes tuvieron que inventarse
un medio para poder comunicarse con sus pretendientes y pasar desapercibidas.
Este objeto se convirtió en un
auténtico parapeto de todo un repertorio que iba desde las sonrisas ingenuas,
hasta auténticas declaraciones de enamorados. Existían diferentes lenguajes del
abanico pero todos ellos utilizaban como regla común la colocación del objeto
en cuatro direcciones con cinco posiciones distintas en cada una de las cuatro.
Con ese sistema se iban representando las letras del alfabeto.
Pero además de esa regla general,
había ciertos gestos con significado ya conocido por todo el mundo. Este lenguaje invisible, gestual y cifrado con el que expresar
sentimientos o pasar contraseñas con todo tipo de finalidad se hacía en función
de cómo fueran sus movimientos, posición o colocación. A continuación
nombraremos una lista de mensajes que se transmitían con este instrumento:
Sostener el abanico con la mano derecha delante
del rostro: sígame.
Sostenerlo con la mano izquierda delante del rostro: busco conocimiento.
Mantenerlo en la oreja izquierda: quiero que me dejes en paz.
Dejarlo deslizar sobre la frente: has cambiado.
Moverlo con la mano izquierda: nos observan.
Arrojarlo con la mano: te odio.
Moverlo con la mano derecha: quiero a otro.
Dejarlo deslizar sobre la mejilla: te quiero.
Presentarlo cerrado: ¿me quieres?
Dejarlo deslizar sobre los ojos: vete, por favor.
Tocar con el dedo el borde: quiero hablar contigo.
Apoyarlo sobre la mejilla derecha: sí.
Apoyarlo sobre la mejilla izquierda: no.
Abrirlo y cerrarlo: eres cruel.
Dejarlo colgando: seguiremos siendo amigos.
Abanicarse despacio: estoy casada.
Abanicarse deprisa: estoy prometida.
Apoyar el abanico en los labios: bésame.
Abrirlo despacio: espérame.
Abrirlo con la mano izquierda: ven y habla conmigo.
Golpearlo, cerrado, sobre la mano izquierda: escríbeme.
Abierto, tapando la boca: estoy sola.
AMANDA PULIDO
My ass is on fire
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